Lo que no pudo ser. Cuentos

Lo que no pudo ser. Cuentos

Gladys Abilar
Editorial Enigma. Año 2019 – Pintura de tapa: “La que espera”. Óleo. Silvina Plaza Abilar.
Prólogo de Antonio Requeni.

Prólogo de Antonio Requeni.
UNA NOTABLE CUENTISTA

Autora de libros de poemas, novelas, cuentos y versos infantiles, la riojana Gladys Abilar es, por sobre todo, una talentosa narradora. Lo demuestra con este conjunto de relatos –algunos breves, otros de regular extensión- en los que su dominio expresivo alcanza verdadero virtuosismo. Quienes valoramos no sólo el interés de lo narrado sino también la forma en que se lo expone, no podemos dejar de reconocer la calidad de su estilo, su lenguaje fluido, ameno, cautivante.

El primer cuento del libro, “Instinto”, que describe con sutil y delicada precisión un apareamiento animal, es un difícil logro de belleza literaria; le siguen otros relatos en los que prevalece la exacerbada sensualidad de sus protagonistas, con matices de humor, ironía y erotismo, un erotismo que roza pero consigue siempre sortear lo sicalíptico. Realmente antológico, en este sentido, es el cuento titulado “La niñera”.

A esas iniciales piezas narrativas, de similar temática, suceden otras de más amplio y variado contenido. Con ser todos los relatos excelentes, destacamos la condición también antológica de “La razón de la sinrazón” y ese otro ejemplo de fusión entre literatura costumbrista y psicológica (con ingredientes de dramatismo y de ternura) que es “Réquiem para Aniceto Rivero”.

La prosa de Gladys Abilar vive, respira, y como ocurre con los buenos libros, la lectura del suyo nos produce una gozosa sensación, ese placer que brindan las obras de arte plenamente logradas. No dudamos en afirmar que Gladys Abilar es una cuentista notable. Su singular capacidad creadora, su inteligencia e imaginación se manifiestan admirablemente en estos cuentos que enriquecen el panorama de nuestra actual narrativa.

FRAGMENTO:

“El puñal atravesó sin resistencia la piel del hombre indefenso y se hundió en su carne. La sangre brotó y se derramó por su espalda. Tambaleando, el herido dio tres pasos y se desplomó junto a una fuente de agua. El maleante arrebató la cartera de la víctima y huyó entre las sombras del parque.
El hombre agonizaba. En la soledad de aquel atardecer la vida se le desprendía entre gemidos e inaudibles pedidos de ayuda. Un perro sin dueño observó la escena y se le acercó cautelosamente. Se detuvo y lo olfateó con desconcierto. Conmovido por vaya a saberse qué ignoto instinto le lamió la cara mientras le prodigaba pequeñas embestidas con el hocico como queriéndolo reanimar. Lloriqueaba inquieto y, de repente, empezó a ladrarle. Ladraba cada vez más fuerte, oteando a un lado y al otro hasta que llamó la atención de un linyera que hurgaba un basural. El vagabundo seguido por una nube de moscas se le acercó renqueando con la ayuda de un palo que oficiaba de bastón…”