LAS PRISIONES DEL ALMA

AUTOR: Julio César Forcat

PRÓLOGO: Gladys Abilar

Julio César Forcat vuelve a sorprendernos con una obra plena de madurez espiritual y hondura de sentimientos, sostenida por un conocimiento profundo. “Las prisiones del Alma” es su título.

Sabemos que Forcat es un autor poco común, bucea territorios atípicos que demandan estudio y verdadera pasión. Desafía límites y contenidos, se atreve siempre a más, como en éste caso en que aborda el budismo en un ámbito totalmente ajeno a él. Estudioso de  las disciplinas orientalistas, Julio César es un referente digno y de una incuestionable idoneidad.

El autor utiliza como sustrato para desarrollar esta obra, el teatro. Y no es casual, ya que alude a las máscaras tras las cuales solemos ocultar nuestros “estados de ánimo” en el transitar diario de nuestra vida. Es condición del hombre y su naturaleza, ampararse tras las fachadas que nos aseguran una pretendida seguridad.

Por otra parte Las prisiones del Alma, logra su cometido: llevarnos de un modo ameno, con renovado interés e inusitado asombro a descubrir y comprender la concepción budista de la esfera del sufrimiento. Partiendo del principio de que el ser humano está signado a padecer del dolor físico, espiritual y mental, esta doctrina, el budismo, tiene como meta poner fin al sufrimiento. De un modo casi artesanal Forcat nos introduce en el conocimiento del Samsara. Qué es el Samsara, el ciclo del perpetuo renacimiento, y está constituido por las diferentes escalas de sufrimiento, las que se disponen en seis regiones coexistentes -de ahí el subtítulo Misterio en seis actos – Fuera de ellas, son cuatro las regiones donde se emprende la búsqueda espiritual que lleva al estado de Buda en el cual el dolor ya ha sido superado. Llegar a éste estado es la meta deseada. Y la más difícil de alcanzar. En el intento, el ser humano tiende a repetir las secuencias dolorosas de un modo casi inconsciente e inevitable, es por ello que permanece “en estado de Samsara” por tiempo indeterminado. Forcat nos lo ilustra a través de su personaje, Rubí quien atraviesa las diversas regiones de ese Samsara y detalla las vicisitudes dolorosas a las que se somete. Las prisiones del Alma es una odisea de elevado tenor dramático.

Inmerso en una cultura occidental Forcat desafía los límites para penetrar la cosmovisión tibetana situada en las antípodas. Hago un paréntesis para referirme al propio autor: Exalto su nobleza como ser humano cuya premisa es “profesar el amor al prójimo”. Nos llama permanentemente a la reflexión sobre el abandono de nuestra espiritualidad, tema que lo desvela y lo deja notar en cada uno de sus trabajos. Toca la fibra más honda de nuestros sentimientos sembrando la semilla de la autorreflexión y también de la culpa. En su libro ¿Por qué llora el puma?… pontifica sobre la Gran Compasión de manera conmovedora. –Sic-: “Fue gracias al budismo tibetano que llegué a comprender los inmensos beneficios que nacen de la práctica de la compasión. La Gran Compasión está dirigida no sólo hacia el ser humano, sino hacia todos los seres vivos en todo el universo.”). “Hay que cuidar el alma”, es el mensaje.

Alan Watts consideraba al budismo como una psicoterapia más, enfocada a curar los males del alma. A la que se sumaron otros notables como Erich Fromm estudioso de la relación del psicoanálisis con el budismo zen, también Aldous Huxley y su teoría de volver a la vieja espiritualidad y a la filosofía perenne reivindicando la mística.

Permanente investigador y deseoso del saber Julio César Forcat recibió transmisiones tántricas de Lamas tibetanos y por carácter transitivo abrevó de las cumbres del Himalaya la sabiduría prístina del budismo.

Así, en medio de la aparente homogenización cultural, tenemos la posibilidad de acceder al relato de las grandes cosmovisiones espirituales que nos abren la posibilidad de profundizar nuestra experiencia humana, en contraste con la superficialidad de la cultura occidental; y de recuperar el sentido trascendente de nuestra existencia, en discordancia con la orientación materialista predominante.

Partidario del subjetivismo, Forcat descree de una realidad objetiva. Sostiene que creer en ella nos mantiene atrapados como autómatas errabundos trasponiendo progresivas existencias que creemos reales cuando sólo son tinieblas. Las prisiones del Alma no es otra cosa que una gran parábola, en la cual se nos presenta la palabra “misterio” con fuerte connotación religiosa, para el caso: la católica y la tibetana. Desde la concepción tibetana Rubí, nuestro personaje, recibe el mensaje de que es él mismo el autor de su propia cámara de torturas por ser fiel a sus deseos, y permanecerá en ese lugar por propio albedrío. El deseo, o “avidez” (Forcat) es el asesino que mata, envenena y emponzoña el alma, la somete, la degrada, la anula quitándole toda posibilidad de paz y sosiego. Rubí intenta hilvanar los seis actos de este drama con la finalidad de evadirse del Samsara, toma conciencia de que para escapar de la sucesión de muertes y resurrecciones, debe aceptar la condición de sueño e ignorancia. Situación ésta que reviste gran dificultad. Para ello se requiere de una disciplina superior, recorrer un largo trayecto de desprendimientos hasta llegar al vacío donde brilla la luz increada, como dice Leonor Calvera. Mientras tanto para alcanzar esa meta múltiples obstáculos y vicisitudes se impondrán en su camino.  

Dotado de un lirismo puro, el autor logra elevar su obra a las esferas más altas de un juego metafórico donde el drama se retroalimenta con la sangre de su víctima. Y Rubí vuelve  a caer en la noria incesante del renacimiento; se inmola en el Samsara. El dolor cobra entidad, es el magma que alimenta la hoguera. Forcat nos habla de una mente traviesa que vuelve a engañar “a la mente” en un juego perverso donde se instala la dualidad vida-muerte. Y finalmente nuestro autor se compadece y apela a una de las virtudes teologales, la esperanza, “para que continúe alumbrando el largo túnel del alma”.

En esta urdimbre de hechos escatológicos Forcat intenta sitiar al enemigo que llevamos adentro, y es aquí en “Las prisiones del Alma” donde se desata la lucha entre el bien y el mal, y el hombre no logrará huir de ella mientras siga atrapado en las fauces de las tentaciones, la sed de placer insaciable, el deseo eternamente insatisfecho, las pasiones que obnubilan la razón. Mientras tanto el deseo es la serpiente que aniquila el juicio. Rubí continúa en la búsqueda desesperada de la salvación, transita por los seis mundos del Samsara (a los que alude el budismo tibetano) pero la debilidad humana lo succiona y sigue revolcándose en el pozo de las tinieblas entre sucesivas y dolorosas reencarnaciones.

Finalmente la salvación llegará cuando el individuo logre su propia aceptación y pueda alcanzar los vuelos trascedentes del alma hasta conquistar la verdadera Iluminación.