AUTORA: Gladys Abilar
OPINIÓN: Fernando Sánchez Sorondo
El libro de Gladys Abilar narra, con un dramatismo verbal lujoso y acorde con el contenido, las tribulaciones, miserias, solidaridades y asesinato, incluso, de alguno de los presidiarios y su mancomunada iniciativa de fuga. Pero de una cárcel que no es solamente esa cárcel. Es la cárcel de la vida cotidiana en un mundo rehén de su desquicio. Son todas las cárceles.
Por eso “Las lágrimas de Tánato” son también las nuestras, las de cada uno de nosotros. Y lo son, en verdad, a medida que recorremos esas páginas suyas para el insomnio, para ser leídas sin interrupción, hasta por la calle, riesgosamente, tal es su urgencia, su modo, estilo emboscada, de atraparnos.
Otra que la trompada en la mandíbula que pedía Roberto Arlt para la escritura.
Antonio Requeni ha hecho el elogio de la novela de Gladys y, desde luego, de una manera convincente y entusiasta, perfecta, diría yo sin exagerar. Sin embargo, cabe una sola acotación a lo señalado por él y no es menor.
“LAS LAGRIMAS DE TANATO” tiene una condición singular. Es uno de los libros más victoriosamente onomatopéyicos que he tenido la suerte de leer: su contenido es su forma y su forma es su contenido, tan imbricados que están. Una novela que puede oírse con el sonido de lo que narra, aspirarse a través del olor al miedo que despiden tantas escenas, el hedor del pozo carcelario; una novela rayada -como la ropa de sus protagonistas- por una violencia límite y pegajosa, que se nos contagia e instila en nosotros una imperiosa sed de venganza.
Cuando lo leí, más de una vez me olvidé que estaba frente a una mera ficción e interrumpí la lectura parándome como un resorte para hacer justicia por mano propia, como el propio Tánato frente al descubrimiento de la deslealtad de su mujer que provocó el crimen que lo llevó a la cárcel.
En la Argentina sólo conozco un precedente literario contemporáneo con tanta carga sangrienta y es la novela que más admiro: “Una sombra donde sueña Camila O´ Gorman”, de Enrique Molina.
Así como en ella Molina expresa esa unidad en la diversidad de la violencia argentina que caracterizó a nuestro país desde siempre -y que va desde las jaurías de perros cimarrones hasta los mazorqueros y el asesinato salvaje por Rosas de una Camila embarazada, alentado por su propio padre- en esta novela la autora logra una vuelta de tuerca en la expansión, de lo particular a lo universal, de esa caracterología idiosincrática hacia la condición humana.
La escritura de Gladys Abilar hace lugar, en esta novela, al humor aún en medio del drama y del horror. Y a ese humor que queda a apenas una letra del amor. La ternura en medio de la crueldad de varios de sus más peligrosos personajes, su amistad y su respeto entre sí, la lealtad a los valores humanos inclaudicables de que son capaces da cuenta de una perspicacia novelística y filosófica que se traduce en un relato atrapante también por lo verosímil. Y que, como ocurre con los grandes libros, nos permite identificarnos tanto con los “buenos” como con los “malos”; ya que, como decía Marechal, todos están dentro de nosotros “en potencia”…cuando no directamente en acto.
¡Qué bien maneja la autora el idioma según su procedencia! Un realismo criollo muchas veces descarnado y puteado pero nunca chabacano
nos remite a la mejor habla rioplatense.
Realismo y picaresca criollos. Hay en la novela y en varios de sus pasajes y momentos mucho de la mejor picaresca, argentina y universal. Dos ejemplos al azar:
El de la monja que, primero espiada mientras el presidiario se deleita con la visión clandestina de su bombacha colgada y que, finalmente, termina enamorándolo cual tórtolo.
Otro, diciéndolo con la autora: “El día que Ganzúa salió en la puerta de la cárcel lo esperaba la viuda del pai apoyada en el capot de un convertible. Fiel a su estilo, despampanante y poco abrigada, mostraba alegremente sus piernas bajo una minifalda de cuero. La mujer tenía todo listo; sólo le faltaba el hombre señalado para abrir las puertas de su negocio: un suntuoso prostíbulo en la zona de Caballito. Tal para cual”
Un impulso de muerte recorre, en efecto, la novela que Tánato protagoniza, pero no es maniqueamente incompatible con el impulso de vida que estos y otros pasajes señalan.
Por todo esto creo que lo mejor que puedo hacer en beneficio de esta presentación con que la Gladys Abilar me ha honrado es dejar que su novela hable por sí sola, interrumpir la interrupción de prologarla.