LAS LÁGRIMAS DE TÁNATO.

AUTORA: Gladys Abilar

OPINIÓN: Graciela Bucci

La novela de Gladys Abilar, dividida en dos partes, cada una de las cuales está precedida por los Cantos I y V del Infierno de la Divina Comedia,  está prologada por el escritor argentino Antonio Requeni. Nos lleva, desde su título, muy simbólico, por cierto,  a evocar la historia de Tánatos, personificación, en la mitología griega, de la muerte no violenta. En la teoría psicoanalítica Tánatos es la pulsión de muerte; ya expresada desde la primera página en el libro,  que se opone a Eros la pulsión de vida (el amor que Joaquín Benito de la Fuente-protagonista- siente hacia su esposa). Ambas pulsiones están ligadas,  como él mismo a María (su mujer)  a quien seguirá amando aun después de haberle dado muerte  a ella y su amante en ocasión de encontrarlos juntos. Es el de Joaquín un delito muy bien encuadrado dentro del  crimen pasional, no premeditado,  pues  fue guiado por el impulso que ocasionan los celos, la decepción, la ira.

Hay un nuevo enfoque de la vida y de  la muerte una vez que el protagonista es encarcelado; hasta la forma de nombrarlo ya no será la misma: lo llamarán Tánato sus compañeros, cito: “porque Eros y Tánato conviven en nosotros y viven una eterna pulseada”. La dicotomía y lo paradojal coexisten armónicamente en la novela.

 El protagonista principal, lleva en sí todo  el peso relato. La  autora cuenta la historia tomando el necesario anclaje en el tiempo, supuesto o real, sin el cual hubiera sido imposible escribir esta “suerte de diario” como lo llama el prologuista; pues el texto cumple con las pautas del mismo. Hay una gran aproximación a la interioridad del yo.

La trama se desarrolla en una cárcel de La Rioja, provincia del N.O. argentino. De hecho se advierten ciertos regionalismos en el texto. La propia  autora nació en Chilecito, ciudad de La Rioja, apodada “la perla del oeste riojano”; provincia reconocida  asimismo,  por tener uno de los picos principales de los Andes: el Famatina, el cual es mencionado en su libro. NO sólo nos ubica geográficamente, lo hace, además, en el tiempo histórico,  y socio-político del país.

Otro tópico tenido en cuenta es la corrupción existente en la justicia;  dice Joaquín  refiriéndose a los jueces: “son sicarios del Código Penal. Pero también son magos. Eso está comprobado”. Como en éste, en varios pasajes la autora recurre al parlamento irónico, y esa  ironía de la mano de las imágenes literarias,  agiganta o minimiza, según se pretenda, las situaciones ya de por sí trágicas que trascienden el texto, en el cual  se amalgaman  hechos  da la realidad carcelaria con otros meramente ficticios pero a los que tiñe de credibilidad absoluta.

En una narrativa impecable,  nos lleva a ciertos planteamientos filosóficos  en cuanto a la problemática de la condición humana;  (para ello se sirve de los estudios de Filosofía hechos por el protagonista)  y se vislumbran en sus posicionamientos las sombras de Heidegger, Ortega y Gasset, Jean Paul Sartre; entre otros. Los avatares de la condición humana –a la cual se refiere- preocupan al protagonista, quien se plantea los sucesos  comunes a la mayoría de las vidas humanas, y cómo se actúa  frente a ellos.

Están muy bien delineados cada uno de los personajes que pueblan la novela; sus diferentes grados de perversidad, inocencia, cultura, experiencia de vida… hablan de manera absolutamente creíble ya que DICEN  en la forma en que cada uno de ellos debe DECIR. Se evidencia un excelente trabajo de registro de voces. Es creíble lo que ocurre, cómo  ocurre, y dónde ocurren los hechos.

La autora tiene en cuenta que son seres que se mueven en un mundo de contradicciones, de odios y rencores, de resentimientos, de soledad, miedo, perversión. A veces, son objeto, también, de (cito): “rara y necesaria locura”,  la que les hace posible permanecer en esa vida dantesca producto de un régimen carcelario brutal, inhumano.

Surgen, inevitables, ciertos denominadores comunes de los reclusos: vidas miserables, pobreza, malos tratos, violaciones, ambientes propicios para el delito y, solo a veces, en medio de tanta suciedad,  emerge algo de ternura como queriendo limpiar la escena. Caben también la  piedad, la empatía, el valor de la amistad, el amor. Esos giros en la trama dulcifican por momentos un contenido de por sí trágico, áspero, en el que coexisten enfermedad y muerte, venganza y tortura, en definitiva, como una risa sostenida del verdugo.

La autora trabaja con pulcritud el perfil psicológico; las tipificaciones. Aborda todas las clases socio-culturales, algunos personajes se van transfigurando ante los ojos del lector quien, atento al desarrollo ve, por ejemplo, cómo el rencor puede convertir a un buen hombre, en un salvaje capaz de llegar a las más abyectas conductas. Hay una minuciosa  investigación literaria, social, política y filosófica puesta de manifiesto en el texto, y  un marcado trabajo introspectivo por parte del protagonista quien se hace reiterados cuestionamientos de vida.

El narrador es un  hombre normal con una vida armada, una mujer, y un niño pequeño a quienes ama, una familia que a simple vista parece no presentar grietas, y que  termina siendo encarcelado por el crimen que comete y hasta es dado por muerto por la suegra, quien así se lo hace creer a su propio hijo; “qué tramposa es la vida” dice el protagonista, y así lo demuestran  los hechos que han signado el porvenir de Joaquín.

Los flash back narrativos,  acercan y alejan aspectos de la vida de Tánato; recuerdos del ayer, feliz, en oposición con el hoy: el escepticismo, la amargura, hasta la negación de la Justicia Divina.

No está ausente en este libro uno de los pensamientos recurrentes de los presos: el suicidio. El que a veces parece transformarse en la única vía de escape del régimen carcelario. Pero también ocurre que una historia de amor del de afuera, del que aún espera, puede hacer la diferencia en el convicto, y acercarle  la esperanza, el motivo,  para justificar la sobrevida en ese infierno.

La fuga también ronda por la mente del recluso, aunque parezca quimérica, es otro matiz de la esperanza, es motivo de lucha, es planificar en pos de un proyecto en común. Describiendo  lugares y hechos, nos introduce  en la comprensión de actitudes psicológicas de quienes pretenden fugarse, el cambio que se opera  en ellos, la expectativa. Aunque eso signifique morir en el intento.

Hay contrastes,  claroscuros que dejan abierto el espacio para la esperanza, desde la exhortación que propone desterrar temores y sepultar silencios. 

La autora nos lleva a  reencontrarnos con nuestra matriz, a transitar por los senderos de las emociones posibles hacia la contemplación inteligente y sensible de una realidad diferente. Se advierte una voz que asume los riesgos de bucear en la propia identidad, y lo hace con energía,  con belleza, aun desde las tinieblas.

Gladys Abilar nos lleva a comprender el contexto anormalizador de las cárceles, el hacinamiento, tanto  físico como psicológico, los mecanismos y estrategias de adaptación y supervivencia, la influencia del  reglamento como restricción de la vida y como sistema de opresión, el propio código que necesita crear el recluso.

  “Contamos historias porque finalmente las vidas humanas necesitan y  merecen ser contadas”, diría Paul Ricoeur. Abilar ratifica, con su texto, el mensaje del  filósofo francés.

Nos lleva  a recorrer acontecimientos que constituyen primariamente el registro de la acción humana con sus lógicas, sus tensiones y alternativas. Hay un recorrido por la estructuración de la vida de los protagonistas del libro, una indagación  en la identidad.

Contar la historia, que es, en realidad, la sumatoria de varias historias de vida, presenta, inevitablemente, “una forma de necesidad transcultural”; según la investigadora argentina Dra. Leonor Arfuch. También Roland Barthés se refirió a la cualidad transcultural de los relatos. Hay en el texto un permanente entrecruzamiento entre la historia y la ficción lo cual nos lleva al concepto de  identidad narrativa, tenido en cuenta por Abilar. Y hay, también,  entre historia y ficción, una subyacente actitud lúdica.

En Las lágrimas de Tánato, la novelista avanza permanentemente hacia lo intrínseco del personaje principal: la desazón, el miedo, la sensualidad, la impotencia. Abilar dice, y muestra con el decir de una magnífica narradora; recurre,  a descripciones meticulosas, necesarias, aun aquellas que nos sitúan en escenarios de máxima crueldad, de perversión en todas sus manifestaciones, de indignidad: vemos en la novela  esa  imprescindible tabla de supervivencia que tiene  Joaquín a través de su memoria, de los recuerdos de una vida que otrora fuera feliz, para él, quien vive una larga  alucinación existencial.   

Busca la marca de lo cotidiano; indaga en eso terrible que se mueve en el terreno de lo no dicho para que, apenas sea expresado, otorgue algo muy similar al sentimiento de protección.

Hay alternancia de las voces, flash back de la narración,  que nos obligan al detenimiento en la lectura, a acompañar la vibración existencial de cada uno de los personajes, a dejarnos atrapar, en la red que nos tiende la autora, a internarnos en ciertos retazos de intimidad,  y comprender que la condición humana tiene matices insondables; en ese entorno carcelario, hay espacio suficiente para todas las perturbaciones posibles. Y la autora, las encara y las focaliza con valentía.

En el final, Tánato recibe la visita que más esperaba en esos años de encierro. Alguien lo va a ver, un desconocido, quien, en un abrazo,  le hace comprender que es ese espejo a quien, definitivamente, había dado por perdido. Motivo suficiente como para pensar en una reconciliación lenta pero firme, con esa vida que le había jugado tan sucio.

Es el decir y la forma del decir  lo que nos incita a la lectura de Las lágrimas de Tánato-Memorias de un convicto- un libro en el que se advierte el  trabajo de investigación  de la autora, su manejo del lenguaje, de los matices psicológicos, del ritmo. En síntesis: un convite a la ineludible propuesta del disfrute de la palabra.