LAS LÁGRIMAS DE TÁNATO.

AUTORA: Gladys Abilar

OPINIÓN: Jorge Lomuto

“El hombre es el ser más imperfecto que creó Dios. Aun cuando la humanidad toda piensa lo contrario, yo sostengo mi apocalíptica opinión” (“Las lágrimas de Tánato – Memorias de un convicto”, página 113).

He decidido iniciar mi pequeña referencia a tu novela, querida colega y amiga Gladys, en razón de que pienso exactamente lo mismo. Tengo una gata. En una época, cuando vivía con mi familia en una casa más amplia, le daba de comer a quince y a un perro salchicha, que decían que había sido maltratado por quienes lo tenían antes. Fueron muriendo. Algunos desaparecieron y no volvimos a verlos, porque dentro de nuestra casa sólo vivían tres gatas. Conozco el cariño que dan, sin pedir a cambio nada más que comida y abrigo. Ningún animal provocó guerras, ni inventó armas, ni elaboró estructuras corruptas. Coincido contigo en que el ser humano es lo más imperfecto. Como verás, ya somos dos en estar de acuerdo.

Tu novela -ya la califiqué como extraordinaria- lo demuestra palmariamente. La acción se desarrolla nada menos que en un presidio, a donde el protagonista es alojado tras un instante que lo convirtió en asesino. Aunque, como el mismo personaje lo manifiesta, a él lo habían “matado” primero, cuando llegaba a su casa pleno de amor y hasta con regalos y se encuentra con los demonios de la traición. La suegra (personaje nefasto) y el hijo (aún en la cuna) nada harán para rescatar o aliviar su cadena perpetua. 

El libro es un ejemplo de ilustración acerca de la vida en la cárcel, por parte de alguien que es, indudablemente, un ser dotado para el bien, pero que las circunstancias obraron en su contra. Vejámenes, torturas, burlas, hambre, frío y sufrimiento en todos los aspectos -hasta la muerte de compañeros con lo que había establecido una amistad- soporta ese convicto que, aun en su precaria condición, trata de ejercer acciones benefactoras, como enseñar a otros temas útiles.

Tu ponderable obra sorprende gratamente porque trasunta una valiosa investigación sobre criminología, fidelidad a los modos y actitudes que se manejan corrientemente en un penal, satisfactoria exploración de los más profundos y ardientes sentimientos y un realismo que conmueve hasta las fibras más íntimas. Pensamos, al leerlo, que, lejos de ser ciencia ficción, constituyen hechos que, con similitud, se desarrollan en los presidios de todo el mundo.

No está ausente en este trabajo el lirismo poético. Página 187: “La hoja que pasó frente a mi ventana continuó su viaje sin rumbo. Y de pronto una hojita pequeña se coló por los barrotes y se detuvo en mi hombro. La tomé con mi mano, la miré extasiado e imaginé la trayectoria de su vida. Esa hoja color pardo, en mi palma, alguna vez fue brote, alguna vez fue verde y generosa en clorofila. Ya había entregado todo de sí y ahora no era más que ese puñadito reseco, crujiente y despojado de elementos fértiles”. Cito este pasaje sólo por elegir uno. Hay otros.

Para redondear la trama, el final. Ese final patético, altamente elocuente y conmovedor. Diría yo: lleno de su elocuente vacío.

Hacía tiempo que no vibraba tanto con una pieza literaria. Gracias, Gladys. Te felicito. Cariños.