AUTORA Gladys Abilar
Joaquín Víctor González entraña en los anales de nuestra cultura nacional, la más robusta personalidad surgida del medio riojano.
Al referir sobre su vida uno se encuentra con una desmesura difícil de entender. Fue una mente deslumbrante, y se puede asegurar sin temor a equívoco que fue de una inteligencia prodigiosa. Su escritura poseía la temperatura lírica de un auténtico romántico. Los paisajes de su amada Argentina y de América exaltaron su pluma. Una geografía puede ser sacralizada por un pueblo y sus ritos. Pero también por un poeta. J.V.G. consagró el cerro Famatina. Famatina significa “madre de los metales”. Pero fue otro el oro que González halló en el cerro riojano. Según su decir en “La Tradición Nacional”, frente a aquella nevada montaña argentina, se diría que nos hallamos ante un “portentoso santuario de la poesía, y que el sol es el dios que se encierra en su inmenso cáliz de nieve”.
Su talento múltiple lo convierte en un destacado escritor, brillante jurista, político prominente, estadista esclarecido, pedagogo visionario, periodista versátil, hombre de cultura, y mucho más. Ricardo Rojas exaltó el genio de González por cuanto abarcó: el derecho, la pedagogía, la literatura, la política. Se puede decir que fue un niño iluminado por el genio, con una clarividencia insaciable. Nació en Nonogasta, un pueblito de La Rioja, el 6 de marzo de 1863. Un lugar perdido de una provincia. remota, sin ningún tipo de desarrollo cultural, económico ni político. En esa época había una sola escuela para 36.000 habitantes. Pertenecía a una familia de alcurnia, de apellido ilustre que por los avatares de la política cuando la lucha entre unitarios y federales aún persistía se fue empobreciendo. El vicio por la lectura empieza a roerlo muy pronto, leía de todo cuando hallaba en su camino. Leyó a los 10 años “La conciencia del niño”, de Faustino Sarmiento, y por entonces arma su primera biblioteca. Lee a Chateaubriand, Calderón de la Barca, Alejandro Dumas, J. Zorrilla, Fígaro, Lord Chesterfield.
Fue un hombre de gustos finos. Disfrutaba la buena mesa, los libros, el teatro, la danza, la amistad, la música. A propósito, se decía de González que era un melómano exquisito y con fundamento. Los clásicos de la buena música eran su asidua compañía y el trasfondo de sus interminables momentos de lectura.
La visión de don Joaquín escribiendo y leyendo en completa soledad y durante infinitas horas explica aquella impresión que describe Félix Luna. Cito: “González es el hombre más informado que conozco; parece haber leído todos los libros del mundo”.
A pesar de haber frecuentado los ambientes más altos y aristocráticos, lo más granado de la sociedad porteña, él elegía pasar sus vacaciones en el humilde paraje de su Rioja natal, “Samay Huasi”, que significa en quichua “casa de descanso”; allí se dedicaba entre otras cosas a la jardinería. Le gustaba podar rosales, diseñar canteros, cultivar viñas, plantar grandes arboledas. A ese rincón agreste él le puso su impronta, lo embelleció colocándole puertas etruscas, evocó la tribuna de Demóstenes y los sabios de Grecia. Ahí pasaba los veranos y las fechas patrias. No se dejó tentar por la moda imperante que obligaba a descollar en ambientes de renombre y alta notoriedad. Ricardo Rojas y Bartolomé Mitre lo admiraban. Rojas es autor de un volumen titulado “Elogio de Joaquín V. González”. Ponderado a su vez por Manuel Gálvez, quien acotó que González aventajaba, por la riqueza y calidad de su espíritu, a casi todos sus contemporáneos eminentes. Se suma a esa lista Leopoldo Lugones, gran amigo de Joaquín, quien tuvo a su cargo formular la despedida de González cuando se retiró de la Universidad de La Plata.
Cuando ingresa a la Universidad de Derecho y Ciencias Sociales en la ciudad de Córdoba, se inicia en la Masonería Argentina con 18 años de edad. Dos años después recibe el grado de Maestro. Su crecimiento en la Logia no cesaría hasta constituirse en Miembro activo del Supremo Consejo del “Rito Escocés Antiguo i Aceptado”. Las convicciones masónicas lo acompañaron toda la vida. Y ante cada cuestionamiento de su ideología él respondía con fundamento: que el Dios de los masones es la personificación del equilibrio universal; su Dios es Justicia, Moral, Energía, Conducta, Tolerancia. La Logia no constituye una religión sino el punto de encuentro de varias religiones, creencias antiguas y corrientes filosóficas. La masonería sostenía el librepensamiento, la democracia, la solidaridad y la justicia. La tensión con la iglesia fue inevitable, por la secularización y ese librepensamiento, y también por los ritos. No podían tolerar la divisa masónica “Nec Plus Ultra” (nada por encima) que representaba un peligro para la autoridad terrenal y espiritual y la posibilidad del ateísmo. González sostenía el siguiente criterio: “No creo en la muerte. Nacido en plena naturaleza he aprendido a ver los fenómenos de la vida en todos los seres y en todas las cosas; la piedra, la flor, el gusano, el hombre; revelaciones distintas de la savia infinita dispersa por todo el planeta crecen, toman forma escultural diferente, persisten con diversa suerte y duración a la luz, y cuando su brillo y vitalidad, su perfume o hermosura comienzan a declinar, ya está germinada en su sitio la nueva especie destinada a perpetuarla. No creo en la muerte, porque creo en la vida, y estas dos ideas son excluyentes, y porque el espíritu del mundo es inmortal, y ese espíritu es la Belleza, que no tiene nacimiento, sino auroras, que no tiene término, sino ocasos, para reaparecer en otras mañanas y otras noches; en la Grecia del Partenón y la Venus de Milo, la Italia de Rafael y Da Vinci, el alba de Homero, el crepúsculo de Dante, el sol genésico de Shakespeare. La Belleza es el alma eterna y difusa del mundo”.
Joaquín fue un estudiante pobre en Córdoba, que tuvo que ejercer la docencia para ayudarse. Había perdido a su padre a los 17 años. En la Docta desarrolla vertiginosamente su carrera literaria. A los 19 años publica sus primeros trabajos poéticos, “Oscar”, “El genio”, “Canto a La Rioja y Catamarca” y “Canto a la libertad de conciencia”, además de publicar numerosos ensayos y artículos diversos en los diarios cordobeses “El Progreso” y “El Interior”. Con 21 años empieza a dictar cátedra de historia, geografía y francés en la Escuela Normal de Maestras. Y funda el periódico “La propaganda” en 1885, y el Club Universitario. En 1886 se recibe de Doctor en Jurisprudencia con una tesis que resultó un soberbio trabajo de derecho político. Por ese entonces se dedica a la política y es elegido Diputado Nacional a los 23 años. Con esto inaugura su carrera política y con apenas 26 años es electo gobernador de su provincia. El gobernador más joven de nuestra historia. A los dos años de su mandato decide renunciar apremiado por el desconcierto de la situación política del momento y se dedica de lleno a sus inclinaciones de escritor y periodista. Aunque pronto es llamado por Julio Argentino Roca para ejercer un ministerio. En esa época conoce a una joven proveniente de una familia destacada de Córdoba, Amalia Luna Olmos, cuyo padre, don Natal, hombre de gran influencia, que poseía estrechos vínculos políticos y sociales, y deposita su confianza en Joaquín por considerarlo un joven virtuoso, lo apoya en su carrera política.
González no fue un impoluto personaje de la cultura y la política nacional. Es preciso desmitificar a ciertas figuras que parecieran incontaminadas por las tentaciones de la vida terrenal. En aquel entonces, la moral de la gente le permitía escandalizarse con ciertas conductas o prácticas de este señor. Muchos se creyeron con derecho a fustigarlo porque era masón, en un ámbito donde imperaba el catolicismo, además de mujeriego y jugador. González era cualquier cosa menos un hombre común y corriente. Siempre mantuvo su singular ritmo de vida, aún cuando se desempeñaba en cargos de gran responsabilidad.
Siendo muy joven es agasajado por personalidades del mundo de las letras por su obra “La Tradición Nacional”, con la que conquistó elogios de la crítica y hasta Mitre lo saludó con alborozo. Es homenajeado por escritores porteños de la talla de Rafael Obligado, Carlos Guido y Spano, García Velloso, Joaquín Castellanos, Mariano de Vedia, y muchos otros que representaban lo más elevado de los círculos artísticos, literarios y políticos. En el primer capítulo dice: “Un pueblo sin poesía es un cuerpo sin alma; pero ese pueblo no ha existido nunca, ni existirá en el futuro.” “La Tradición Nacional” fue comparada con Civilización y barbarie, de Sarmiento. Es el testimonio de la sorprendente madurez intelectual del joven riojano de 25 años, y tiene como tema central la tierra y el hombre; la evolución y el progreso.
González promovió la realización de un sinfín de bibliotecas como defensa de la cultura. En esos ámbitos desarrolló convicciones largamente meditadas: “El beneficio social de una biblioteca es universal. Destruir la ignorancia es un mandamiento axiomático. Todavía debemos afirmar el postulado que la vida de Sarmiento sintetiza: “El mal que aqueja a la república es la ignorancia”.
En 1896 se lo comisiona para redactar el Código de Minería que más tarde el Congreso convierte en Ley en 1917.
Mientras fue Ministro de Relaciones Exteriores y Culto le tocó mediar en el litigio internacional sobre límites con Chile ante un inminente conflicto armado. Sometidos los pactos a consideración del Congreso, el Ministro González pronunció uno de sus monumentales discursos, que figura en el libro posterior “Tratados de paz con Chile”. Agotó la materia con una erudición que asombró por sus conocimientos, considerando que era un Ministro que ocupaba el cargo como interino. En 1904 presenta el proyecto de Ley Nacional del Trabajo, colosal obra basada en la legislación de naciones de mayor progreso. Esto ha merecido una gran acogida entre hombres de ciencia, y del extranjero llegaron calurosos elogios.
La poemática oriental ejerce en González gran influjo y en 1915 traduce nada menos que la Rubáiyat, de Omar Khayyám, primera revelación de la poesía persa.
Asimismo traduce al inglés los 100 Poemas del Kabir, de Rabindranath Tagore en 1918.
Sus obras fueron donadas a la Universidad de La Plata en 1962, aunque faltan “Mis Montañas”, “La Tradición Nacional”, “La Patria blanca”, y otros más.
Su producción intelectual es una de las más vastas que escritor argentino pueda presentar. Sus facultades intelectuales presentan un raro paralelismo: armonía de imaginación creadora con imaginación constructora, “Mis Montañas” (escrita a los 28 años), “La tradición Nacional”, “Cuentos” encierran siempre el colorido de la tierra. “Mis Montañas” refiere hechos de la infancia. Está considerada como un relato de neto corte costumbrista, donde detiene su mirada en las tradiciones, las conductas, los modos, las vivencias, el folclore en todas sus expresiones, y por sobre todo la idiosincrasia de su terruño enmarcado por las cúspides del Famatina por el oeste y del Velazco por el este, en un marco de poético encanto. El amor a la tierra alcanza su máxima expresión en “Mis Montañas”.
Su muerte impactó y movilizó a la clase dirigente del país. El presidente Alvear firmó un decreto de honor el día de su fallecimiento el 21 de diciembre de 1923.
Entre 1935 y 1937 el Congreso de la Nación ordena la edición de su obra completa, tanto de obra impresa como inédita. Y resultaron 25 tomos clasificados en políticas, jurídicas, literarias y educativas.
Es imposible enumerar, en este espacio de tiempo, los cargos y los honores que a él correspondieron. Pero trataré de resumirlos: sólo decir que fue Ministro de Relaciones Exteriores y de Justicia e Instrucción Pública, Diputado Nacional, Miembro Académico de todas las Universidades argentinas y extranjeras, Académico corresponsal de la Real Academia de Lenguas de Madrid, Miembro de la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya, Miembro de la corte de Justicia Internacional, Fundador de la Universidad de La Plata, y un sinfín de honores que constituyen una lista interminable catapultaron su nombre hasta la eternidad.
OBRAS: Además de las nombradas
Oración a la Bandera, Lección de Optimismo, La Revolución de la Independencia Argentina (1887), Manual de Constitución Argentina, El Juicio del Siglo (1910), Patria y Democracia (1920), Fábulas Nativas (1924), entre otras.