AUTORA: Gladys Abilar
“Una celebración que desde hace más de 400 años nos llama al encuentro y la reconciliación”.
Desde hace varios siglos, el último día de cada año civil, encontramos en La Rioja capital un acontecimiento sin igual, el “Tinkunaco” o topamiento. Este evento tiene como base una fiesta ritual diaguita que se realizaba en la época de las cosechas. Para entender esta celebración religiosa hay que comprender que los pueblos autóctonos de esta parte de la Argentina no recibieron de buena manera el afán de los evangelizadores del siglo XVI. Las tribus indígenas que poblaban la provincia adoptaron instrucción católica bajo la advocación de San Nicolás de Bari, pero se negaron a someterse a nuevas creencias.
Desde que La Rioja fue fundada por Juan Ramírez de Velasco el 20 de mayo de 1591, los nativos del lugar fueron despojados de sus derechos y libertades. No solamente fue una cuestión territorial, el español erradicaba su idioma, sus 45 caciques diaguitas y 9000 indios se unieron a las puertas de la ciudad y tomaron el fuerte de Las Padercitas para atacar a los invasores ante los abusos que estaban cometiendo. Cabe aclarar que las tribus diaguitas sólo reaccionaban cuando se sentían amenazadas, por lo que su accionar era una actitud de defensa. Según lo relatado por las crónicas de la época, cuarenta y cinco caciques diaguitas junto con su pueblo llegaron a la ciudad de La Rioja a enfrentar a los españoles ante los maltratos y abusos recibidos. Su presencia causó tanto temor entre los europeos, que el capitán Pedro Sotelo Narváez les solicitó a los vecinos del lugar que se armasen y consiguiesen caballos para defenderse de los aborígenes. Cuenta una leyenda que San Francisco Solano se encontraba evangelizando en la zona en aquel entonces, e intervino en el conflicto para calmar a los aborígenes. El santo, al ver la inminente batalla salió al encuentro de los diaguitas y les habló. En la memoria colectiva, se mantiene la idea de que los nativos depusieron su actitud al escuchar las palabras del santo, pero con la condición de no seguir teniendo, como representante del rey español y autoridad del lugar, a un alcalde español. San Francisco les propuso finalmente que la autoridad máxima del lugar fuera un Niño Jesús Alcalde, una imagen traída probablemente desde Perú o Bolivia, que en su vestimenta, a pesar de ser un niño, denotaba autoridad en sus alegorías. “Una hábil jugada política. Los españoles no habrían aceptado como autoridad a quien tuviese el perfil de un Atahualpa. Esta es una muestra de un conflicto sociopolítico en el que lo religioso contribuyó para que la sangre no llegara al río”. Según Joaquín V. González fueron los jesuitas quienes le dieron “forma litúrgica y social al hecho histórico” organizando una cofradía de indígenas devotos al milagroso apóstol y a su divino protector. Eligieron el más respetable de los indios convertidos y lo cubrieron con la regia de los Incas; dieron el gobierno inmediato de todas las tribus sometidas y el carácter de gran sacerdote de la institución, como un trasunto del que revestía el emperador del Cuzco. Los caciques obtuvieron el nombre y oficio de alféreces, o caballeros de la improvisada orden, especie de guardia montada que obedecía idealmente al Patriarca conquistador”. En aquel entonces La Rioja tenía presencia de franciscanos, mercedarios, dominicanos, jesuitas.
La figura del Niño Alcalde es la de un niño como de 8 años, de ojos azules, mejillas gorditas y sonrosadas y larga cabellera con bucles dorados. Viste chaqueta de terciopelo negro bordada con hilos de oro. Sobre la cabeza tiene un llamativo sombrero con plumas color azabache y en su mano derecha un bastón de mando similar al que usaban los alcaldes de la época Colonial.
Las fiestas del Tinkunaco se extienden desde el 22 de diciembre de cada año, hasta el 3 de enero del año siguiente. Doce ancianos llamados cofrades forman el consejo del niño, similar al colegio de los sacerdotes que asistía a los reyes de Perú. Las celebraciones giran en torno a dos cofradías, los aillis y los alféreces. Los aillis, que en quichua sig. triunfo, calzan ushutas, llevan escapulario en el pecho y espalda adornado con dijes, rosarios y espejos. Estos representan a los incas y son los encargados de llevar la imagen del Niño Alcalde. Los alféreces, visten traje con banda azul que les cruza el pecho y la espalda, representan a los españoles y son quienes portan la imagen de San Nicolás. Durante la novena los aillis cantan su himno, el Año Nuevo Pacari en quichua, frente a la imagen del santo, acompañados por un pequeño tambor que el Inca golpea con un palillo.
El 31 de diciembre los aillis se dirigen a la iglesia de San Francisco donde los está esperando la imagen del Niño Alcalde. Los padres franciscanos entregan la imagen a los cofrades. Esa noche la imagen del Niño Alcalde se coloca en la puerta de la iglesia, mirando hacia afuera y ubican una hilera de bancos para los aillis, y para el pueblo que asiste a la velada. Mientras tanto, la mayordoma de los aillis sirve café a los presentes. A las cinco de la mañana del treinta y uno de diciembre, suenan las campanas de la iglesia de San Francisco, a las cuales les siguen bombas de estruendo y fuegos de artificio para festejar el año nuevo. A la mañana los aillis concurren a la iglesia de San Francisco nuevamente vestidos de cofrades. Cuando entran al templo, cantan el himno Año Nuevo Pacari, levantan la imagen del Niño Alcalde y lo llevan hacia el exterior, mientras que los devotos se vuelcan hacia las calles y se dirigen en procesión hasta la casa de gobierno, frente a la cual se producirá el Tinkunaco (con más de 40 grados de calor). Los alféreces y su procesión, llevan la imagen de San Nicolás también hacia la plaza que se ubica frente a la casa de gobierno. Cuando ambas procesiones se encuentran, todos los presentes, incluso San Nicolás, realizan tres genuflexiones ante el Niño, las cuales poseen la siguiente simbolización: reconocer en el Niño Alcalde al Hijo de Dios, al Rey y al hombre nacido en el portal de Belén. En cada genuflexión el pueblo aclama: “Niño Alcalde, Hijo de Dios, te adoramos”. Luego de las genuflexiones, se produce el abrazo entre los presentes, entre las dos cofradías. El clero inciensa la imagen del Niño Alcalde, y comienzan a sonar las campanas de las iglesias, llenando de emoción el aire. En ese momento, desde la banda municipal se toca la diana, y algunas salvas comienzan a sonar. Este es el momento más “sublime y emotivo”. La ceremonia debe realizarse el 31 de diciembre frente a la casa de gobierno, recordando así que aquel día los españoles cambiaban sus autoridades civiles. El intendente, significando ser sucesor de los alcaldes españoles, le entrega al Niño Alcalde, en realidad al obispo, las llaves de la ciudad, simbolizando así que es la verdadera autoridad para el pueblo riojano. Luego las dos procesiones se aúnan y el pueblo acompaña a ambas imágenes al interior de la Catedral.
El primero de enero se lo dedica a San Nicolás, lo que indica que para el pueblo riojano esta devoción tiene más relevancia que la del Niño Alcalde, cuyo día es el dos de enero. Después de la celebración eucarística, el inca y los aillis se dirigen a la parroquia, y en el patio le cantan al obispo, luego van a la casa de gobierno y allí le cantan al gobernador. A la tarde se produce una gran procesión con ambas imágenes, en la cual participan los fieles y las autoridades civiles y eclesiásticas del lugar. Esta procesión se acompaña de cantos, letanías y el rezo del rosario. Se llevan iluminadas las imágenes del Niño Alcalde y San Nicolás hasta el atrio de la Catedral donde el obispo despedirá a la multitud.
(El dos de enero, dedicado al Niño Alcalde, los padres franciscanos son quienes ofician la misa. El tres de enero se dedica a los promesantes. Después de la misa se realiza una ceremonia en la que se cambia el Alférez Mayor por el Aspirante. Un grupo de fieles pasa por debajo del arco de madera donde cantaba el inca, y entregan sus insignias a quienes han sido designados para el año próximo.)
El 3 de enero, frente a la gobernación, San Nicolás despide al Niño Alcalde quien volverá a la iglesia de los franciscanos hasta el próximo Tinkunaco. Y San Nicolás regresa a la Catedral. Los fieles mientras tanto exclaman: “Adiós, Niño hermoso, pal´ año i´ volver”.00