DOCE HOGUERAS.

AUTORA: Gladys Abilar

OPINIÓN: Sebastián Jorgi

BRILLANTE NARRADORA DE NUESTRO TIEMPO

Hace un tiempo me obsequió su libro Doce hogueras. Y así es como entré al mundo narrado de Gladys Abilar. Libro de cuentos con prólogo de Eduardo Gudiño Kieffer, quien fuera su maestro. De ida y vuelta las lecturas, me dije que estaba ante una de las narradoras más sutiles de este tiempo, con un golpe narrativo escindido entre lo poético y el realismo más crudo. La historia del niño Daniel, “Donde se acuesta el sol” es de verdad conmovedora: se convierte en el donante-ayuda del personaje narrador. Éste ha sido defendido ante una agresión de otro chico, Fermín. Más allá de las travesuras de estos niños, la autora va tejiendo en los diálogos un filosofar sobre la vida: –Tito—me dijo—¿ dónde queda el futuro? La pregunta venía a colación de lo que se suele decirse en el común de la gente, preparate para el futuro, estudiá, qué futuro te espera si no estudiás…Se suscita una controversia de pareceres en ese diálogo, que el narrador personaje jamás olvidará. Es muy habilidoso el discurrir el cuento, con imágenes excelentemente insertadas para describir el ambiente: “El sol se estaba acostando detrás del cerro, revolcado en esa acuarela inflamada de rojo fuego que enloquecía a Daniel. El viento se agigantaba y nuestro barrilete escalaba el cielo como si un campo magnético lo atrajera” Obsérvese el lenguaje poético con el que se está munida  la autora. El avance tendrá un momento de clímax en el duelo con Juampi. Ambos corren con sus barriletes, pero sucede que Daniel está muy cerca de un abismo. Un cuento cerrado en la conclusión amarga, pero ligado a otro futuro—no el de todos de progreso—sino al destino de Daniel. Es notable como juega Gladys Abilar con la ironía. Otra pieza, “Tres eran los primos”,        despliega por momentos un cuadro quiroguiano,  protagonizado por esos niños Julián, Luciano y Manuel. Corridos por una manada de toros, Manuel sufre la atropellada y queda inutilizado de la cintura para abajo. Aquí la gradación se ve dosificada por la psicología del accidentado, que no admite que los otros dos primos hayan quedado ilesos. Y elucubra situaciones que el lector podrá sopesar en la lectura de este cuento llevado con mano y mente prodigiosas por Gladys Abilar, en sucesivas vueltas de tuerca.

Voy y vengo a través de las páginas de Doce hogueras para encontrarme con un cuento como “La espera”, escrito en primera persona, donde la protagonista está acuciada para entregar un cuento que le solicitaron para una antología. “No tengo aún el tema, ni la trama, ni la menor idea de lo que escribiré”, confiesa al principio de esta historia personal. Reflexiona sobre el tema del cuento a escribir, remolonea en este sentido, recién se ha levantado, busca el cepillo de pelo y mientras tanto, mira hacia el teléfono y está mudo. Esto será como un leitmotiv en ese discurrir pensante, en ese retratarse a cada momento que pasa, de manera que estilísticamente secciona el cuento en esa frase: “Miro el teléfono, está mudo—miro el teléfono, sigue mudo” Y a medida que va discurriendo, va escribiendo el cuento, como lo hizo Lope con Violante en su famoso soneto. Ah, bueno, me dije en el avance, menos mal que la autora-narradora-personaje no tenía el tema ni la trama ni la menor idea de lo que iba escribir. Un meta-cuento, una pieza lúdica, al mismo tiempo un ejercicio estilístico. La narradora sigue tomando mate, se pone a escuchar la radio y las noticias, recuerda un disgusto de amor en un suceso acaecido con Joaquín y el desenlace estará magistralmente ensamblado con lo ya escrito y aquel suceso, amalgamado todo en una noticia que la radio recién ha comentado.

    Y dando vuelta las hojas del libro leo: “El relincho del potro encabritado violó el silencio de la tarde. Gringo Tadge atenazaba el vientre del animal con sus piernas de granito. Rebenque en mano, el brazo en alto, dibujaba arabescos en el aire ante cada corcoveo. El cuerpo se le chicoteaba cual vara de mimbre azotada por el zonda. Pero el Gringo no se soltaba”

    Es el comienzo del cuento “La leyenda del Gringo Tadge”, una descripción con un lenguaje precioso, logrando un cuadro de doma detallado, con el Gringo Tadge triunfante ante los paisanos que no habían dejado de alentarlo. Trepados a las vallas del corral. Otro personaje irrumpe en la historia : la vieja Dominga, viuda de un rico paisano de la zona. Nunca se había sacado su vestido negro en señal de duelo eterno, decía, “por respeto a su  memoria”. “Lejos estaba de mostrar algún atractivo”, destaca la narradora. Seis hijos había tenido con el difunto Santiago Acosta, el paisano más rico de toda la Aguada. Si bien el subrayado me pertenece, Gladys Abilar lo destaca en varios tramos del cuento. El Gringo será macho sin preámbulos de la vieja Dominga y después de su hija menor, la Rosaura. Un dejo de ironía desliza la autora: “Si algo había que reconocerle al Gringo era la fidelidad que les guardaba, pues no tenía más ojos que para la vieja y la joven”.

Claro que uno puede deslindar aspectos que hacen al sojuzgamiento machista, más en la aceptación o resignación de aquellas mujeres indefensas, dominadas por hombres de carácter violento como el Gringo Tadge. Violencia sin límites, hasta trenzarse en un duelo a cuchillo con tal Mario Veragua, que rondaba a la Rosaura. Habrá otro cuadro de doma dramático para vencer al Azabache, donde Gringo pondrá todo de sí para vencerlo. “crecía el pánico. Crecía la furia. Las venas empezaron a engrosarse, la sangre a atropellarse. Gringo sintió los latidos a través de la ´palma de la mano. En la planta de sus pies, los latidos de la tierra” ¡Tremenda descripción, patético cuadro! Como puede observarse, el lenguaje con que cuenta Gladys Abilar habla a las claras de una cultura de leer, primero, y de observación después, de esos seres escindidos entre el costumbrismo y lo anómalo, seres abismales de campo, que conforman situaciones socialmente aceptadas. Un cuento antológico. Es que la condición humana tiene rincones insondables y esto lo escribe y cuenta con notable maestría Gladys Abilar. Cuento que, sin duda, Elías Carpena hubiera festejado, nuestro querido amigo el excelente narrador de “Enrique Dávinson, el inglés del bañado”, sí: en este tono de altura hay que ubicar la narrativa de Gladys Abilar. En esos espacios donde transitaron Benito Lynch con Los caranchos de la Florida o un Félix Coluccio con su inolvidable Los potros de la libertad.

Gladys : ¿Cómo no habría de sentirse orgulloso su maestro, Gudiño?Ella está siempre agradecida de Eduardo Gudiño Kieffer, su maestro de taller, que en prólogo de Doce hogueras escribe: “La fluidez, la riqueza—por momentos suntuosa—del lenguaje, el matiz poético y la facilidad para captar de inmediato el interés del lector, son algunos de los dones literarios que tiene Gladys Abilar”. Yo remito a los lectores a esta síntesis abarcadora de Gudiño, quien trató a su alumna y fue testigo de ese estado creativo que fluye y fluye en la narratio de la imaginería, esas “postales en sepia” como bien señala el prologuista. En las presentaciones del Grupo de Marta de París, Gladys menciona a Gudiño, lo que habla de su agradecimiento a su maestro. Otra etapa de taller fue nada menos que con Jorge Masciángioli.

    Hay más aún para destacar en Gladys Abilar, a mi entender, entre lo más brillante de la narrativa argentina de este tiempo.

 

CRÓNICAS DE UN LECTOR

                                                                              Por Sebastián Jorgi

 

Comentario leído en la BIBLIOTECA NACIONAL en Presentación CUENTOS DE ALBA. 22-7-2014

Una oportunidad para Ángela, de Gladys Abilar, es un suceso policial en el que una muchachita le roba la billetera a un hombre desprevenido, mezclado entre el gentío de la calle. Había sido fichado por Ángela, tal el nombre de nuestra protagonista, que será detenida por un policía y llevada a la comisaría. Y si antes dije “muchachita”, ahora me retracto…al ser interrogada acusa 18 y no le creen, luego acusa 15 y al final se deschava y confirma la edad de la niña, 12 años.

  Indocumentada, se disfrazaba de grande porque la vida la había tratado mal, no obstante nuestra narradora esgrima una trama de desdichas en Ángela, que desbroza ámbitos sociales, en donde una gran parte de la gente permanece excluida, desprovista de lo más mínimo y necesario para la subsistencia, pan, un mate cocido y algún medicamento que no “bajaba del cielo, que se compra en las farmacias”.

Todo el desplazamiento catártico y psicológico conlleva la herida abierta de lo que aún podemos constatar a diario, en las estaciones terminales de ómnibus y de trenes sobre todo. Gladys Abilar le da aire al suceso, pone el tempo lógico del acontecimiento y los diálogos, tan escuetos como reales. Hay un toque poético cuando el damnificado regresa a la comisaria y le ofrece trabajo en su casa, para cuidar a su hija en silla de ruedas. Pero nuestra autora habrá de jugarse por lo identitario y el orgullo de Ángela.

   Yo sí, Gladys, quiero que sigas escribiendo cuentos como Una oportunidad para Ángela. Sí, quiero.

            Y así es como entré al mundo narrado de Gladys Abilar. Posteriormente me obsequia su libro Doce hogueras, (2000), con un prólogo de Eduardo Gudiño Kieffer, y con diseño de tapa e ilustraciones interiores del plástico uruguayo Carlos Páez Vilaró.