AUTORA: Gladys Abilar
PESEBRES DE CHILECITO
RINCÓN GAUCHO, DICIEMBRE 2O15
La Navidad en Chilecito –La Rioja- constituye un hecho memorable en la historia de nuestras tradiciones. Se pone de manifiesto en cada gesto evocando antiguas costumbres que se niegan a desaparecer ante el avance del modernismo.
El escenario natural que enmarca este evento es fiel testimonio de belleza de la creación. El cerro Famatina, colosal, insobornable centinela de los Andes, vigila desde sus torres de nieves eternas el valle de Chilecito.
El pesebre es el motivo más representativo de las fiestas navideñas, cuya costumbre fue introducida por los frailes franciscanos en los siglos 15 y 16. Los orígenes de esta modalidad de reproducir en imágenes el nacimiento de Jesús se remonta al siglo 13 por iniciativa de San Francisco de Asís.
La construcción del pesebre demanda una especial organización y preparativos previos. Todavía hay familias que cultivan con antelación los “pastitos o triguitos” de navidad en latas de sardina o similar para lucirlos en el pesebre y lograr espacios verdes. No son otra cosa que semillas de mijo o alpiste puestas a germinar. Con arpilleras embadurnadas con greda de la cuesta de Miranda, color rojizo o amarillento, van modelando los cerros que darán cobijo al Niño Jesús y demás integrantes del pesebre. También se usa papel en lugar de arpillera. Todo es manual, elaborado con minucia y arte improvisado. Así van apareciendo las ondulantes montañas, con piedras, rocas, cactus, flora del lugar como ramas de jarillas, algarrobo, cardoncitos y pencas. Nunca falta la flor del aire. En los escarpados de ese cerro se colocan cabras, ovejas y burros, algún conejo o vizcacha y cuanto animalito se tenga a mano. Muy agradable a la vista es la recreación de ríos que bajan de la montaña y vertientes que manan del cerro con delicado efecto natural. El agua en movimiento es un mensaje de vida en medio de ese paisaje estático. Es decir, se recrea un ambiente cerril, con la noche, la luna y sus estrellas. Luego en el regazo del cerro se arma el pesebre, un catre rústico sobre paja o pasto seco donde se acuesta al Niño Jesús, a su costado la Virgen María y San José, más allá los Reyes Magos llegados de Oriente con sus ofrendas y regalos, los camellos, los pastorcitos con regalías y frutos del campo, la vaca, el burrito, un par de ovejas, la estrella de Belén que pende de lo alto y el Arcángel Gabriel emisario de Dios. Cada gesto, cada intención lleva implícito la fe´, la devoción y el amor con que se lleva a cabo esta secular tradición.
Luego vienen las pacotas, unas caminando, otras a caballo, provistas de guitarras, bombos, flautas, quenas y sikus y por cierto la caja chayera, cantando villancicos y vidalitas que endulzarán la tarde con sus cantos de alabanza al Niñito Jesús. Así desfilan por las calles visitando las familias donde ya se sabe tienen pesebre expuestos al público. Las pacotas van engrosando a medida que avanzan por las calles, se les van sumando chicos y grandes. El arte de los pesebres demanda esmero y creatividad ya que luego serán premiados.
Al final de sus cánticos las pacotas suelen ser agasajadas con alguna copita de licor, aloja, añapa, chicha y tal vez una grapa o vino riojano y patero, y empanaditas dulces, uñuños y frutas de estación.
Desde hace algunos años se viene realizando el pesebre viviente, una propuesta original y emotiva, representado por niños y adolescentes que recrean escenas religiosas con verdadera devoción. Una propuesta original que renueva la fe y la tradición de un pueblo creyente. Todo ello adaptado en un escenario natural, los cerros que orgullosos escoltan el valle de Chilecito.