AUTORA: Gladys Abilar
OPINIÓN: Marcela Mercado Luna
Destino rabioso se titula este volumen de cuentos de la escritora chileciteña, radicada en Buenos Aires, Gladys Abilar; un libro sorprendente, en primer lugar por su temática, siempre girando alrededor de seres transgresores o marginales, en los que el amor, la soledad, la tristeza, el abandono, la violencia, la enfermedad o la necesidad, laten al ritmo de vidas signadas por un destino generalmente adverso o esquivo; sorprendente también por la fuerza narrativa de la autora que –salvo en la trilogía Mis tres gracias, de carácter humorístico-fantástico– devela, desde un plano neorrealista, hechos impactantes: puntos de inflexión en el transcurrir de existencias humanas oscuras y anónimas.
Quizá el mayor mérito de estas páginas radique justamente en el trazado de los personajes, dueños de una autonomía singular. Diversas clases sociales, diversos tipos, desfilan por las páginas de Destino rabioso: bohemios, carteristas, ancianos, coperas, estudiantes, profesionales, linyeras, asaltantes, locos… juegan su suerte en un mundo hostil y ajeno. Encontramos habitantes de la gran ciudad viviendo historias íntimas y personales: de amor casual (como los clientes una librería que se sienten fuertemente atraídos entre sí al toparse revolviendo libros en una mesa de novedades, o los usuarios de una línea de subterráneo porteño que se devoran con miradas cargadas de deseo), historias de soledades encontradas (Patricio y Emilia; Doña Jacinta y don Atalíbar…), de miedos escondidos (Miguel Ángel Santos, el linyera Alfonso), de carencias dolorosas (el Rabia, Ángela)… Y también personajes pueblerinos o rurales, partes sensibles de un mundo de retiro y silencio, como el “hombre rudo” de La encrucijada, lanzado, a cualquier costo, a salvar la vida de su hijo agonizante, o el escritor Don Pepe, empecinado en una existencia casi ermitaña, al costado del progreso.
Gladys Abilar simplemente pone a los personajes en situación narrativa y deja que sean ellos mismos quienes se presenten al lector a través de los actos que protagonizan, aunque –criaturas suyas al fin– no deja de tener para ellos una mirada comprensiva, que justifica sin explicitarlo, esos comportamientos (a veces desafiantes de la norma social, a veces francamente delictivos) que bien podrían conformar el correlato literario de la crónica policial.
El lector tiene entre manos un libro entretenido, con diecisiete cuentos en los que encontrará alternancia de narradores, presencia de diálogo y de monólogo interior, ambientes conmovedores a pesar de la crudeza de muchas de las situaciones narradas, atmósferas marginales, brutales y sensuales (alguna, decididamente erótica, como el caso de La niñera), que se conjugan para imprimir buen ritmo a estas páginas.
Sin deslucir los innumerables aciertos de todos los relatos, acaso dos de ellos merezcan ser destacados como los eslabones que relucen con mayor intensidad: El velorio, y Yo, el Rabia, dos joyitas inolvidables.